miércoles, 15 de junio de 2016

Sal de mi vida


Recoger las lágrimas con precaución, colocarlas en aquellas cápsulas encima del radiador de la cocina, donde tú nunca entrabas, esperar que el agua se evaporase y que aparecieran aquellos minúsculos cristales en el fondo, guardarlos en los pequeños botes de cristal con unos granos de arroz, para protegerlos de la humedad... Conseguirla fue laborioso, no difícil. A cambio, ahora dispongo de un buen repertorio, bien a mano, en el especiero, y le echo una pizca a casi todo. La de picar cebollas para que tu cena estuviera a punto y así evitar reproches y broncas la uso en las ensaladas; como la origina un agente externo es más suave. La de pena e impotencia por no poder comprar la ropa que me gustaba, porque según tú era demasiado provocativa, la utilizo en la sopa y las verduras. La de todas aquellas madrugadas en vela esperando con miedo tu regreso la guardo para la carne roja y los tomates en rodajas. La que recogía después de los gritos, los golpes y el portazo de rigor, más intensa y un tanto amarga, la echo en las palomitas de las tardes de sofá y cine con mis amigas. Y para los chupitos de tequila con los que brindo por mi nueva vida tengo reservadas las escamas que obtuve con las lágrimas de alegría que derramé después de gritarte, al fin, esas cuatro palabras que han devuelto todo el sabor a mi existencia.


Este microrrelato ha sido publicado 
en la sección "Los pescadores de perlas"
de número 390 de la revista Quimera.

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