sábado, 27 de junio de 2009

Infidelidades

Aunque lo está viendo con sus propios ojos, no quiere creerlo. En el rincón más oscuro del parque, ella -su princesa, su prometida- está besando apasionadamente a otro. No se lo piensa un instante y se dirige colérico hacia el chico rubio. Le agarra por el cuello, le atiza dos puñetazos y, una vez en el suelo, le propina patadas hasta hartarse. Complacido tras la paliza, se enciende un cigarrillo y se marcha a casa. Sobre el pavimento, tirado junto al arco, con un ojo morado, el labio partido y las alas rotas, Cupido maldice su suerte mientras una pareja con un par de flechas de oro clavadas en la espalda continúa besándose ajena a lo que ocurre a su alrededor.

jueves, 25 de junio de 2009

Fotomatón


Regreso a casa a paso ligero, por la calle casi a oscuras, pero el insistente zumbido del fotomatón, pegado a la puerta del supermercado, hace que me detenga. Por la ranura exterior va saliendo, a trompicones, una tira con cuatro fotos idénticas de una chica. Miro a mi alrededor y no encuentro a nadie esperando esas fotos; curioseo por debajo de la cortina –demasiado corta- pero en el interior de la cabina tampoco hay nadie. Me acerco un poco más y recojo la tira de fotos, en las que una joven preciosa aparece retratada con un gesto un tanto asustado. Se le habrá terminado la paciencia esperando, deduzco, ya se sabe que estas máquinas tardan una eternidad. Doblo la tira y la guardo en el bolsillo trasero. Recuerdo, de golpe, que tengo que renovar el permiso de conducir, por lo que me arreglo un poco el pelo y aprovecho para entrar en la cabina y hacerme unas fotos. Me cierro tras la cortina, introduzco un par de monedas, y sigo las instrucciones de una voz metálica que parece venir de otro mundo. Ajusto el taburete, encuadro los ojos en los óvalos de la pantalla y esbozo una sonrisa, mientras escucho la cuenta atrás del fotomatón: tres, dos, uno....

El fogonazo del flash me ciega durante unos instantes, me paraliza. Al cabo de unos estáticos minutos, bajo un ruido ensordecedor, me expulsan de la cabina, rígido, aplastado y con gesto de espanto. También a trompicones, pues la ranura exterior continúa siendo muy estrecha.

lunes, 22 de junio de 2009

El canario


Se veía venir, sólo era cuestión de tiempo. Comía ya muy poquito: picoteaba de vez en cuando, pero sin apetito. Tampoco bebía demasiado. Por eso ha estado estos últimos días cabizbajo, casi inmóvil. Siempre me pareció un poco triste verlo encerrado detrás de esos finos barrotes de la jaula pero con el tiempo acabé por acostumbrarme. Aunque pueda sonar egoísta, me gustaba verlo ahí, preso, porque me ofrecía la compañía que necesitaba en mis largos ratos de soledad. Y cuando cantaba para aliviar mis penas, su melodía se sumaba a la mía, fundiéndose en una sola. Pero no es bueno encariñarse de un animal de compañía. Luego se mueren, como acaba de ocurrir, y te quedas solo, agitando las plumas mientras piensas con cuál de los hijos del anciano con el que has compartido encierro todos estos años, cada uno a su modo, te vas a quedar.

domingo, 21 de junio de 2009

Aritmética


Claro que puedes hacerlo, Chus, cómo no vas a poder. Sólo es una multiplicación. Y de las fáciles. Venga, por favor, por lo menos esfuérzate un poco, hazlo por nosotros. Sabes que confiamos en ti, eres capaz de esto y de mucho más. Inténtalo, por lo menos. Además, hasta que no termines la multiplicación no podemos ir a comer, ya lo sabes. Primero son las obligaciones. Y mira ya qué hora es. Nosotros empezamos a estar hambrientos, ¿tú no? Está bien, si quieres te podemos ayudar un poco, pero debes hacerlo tu solito, ¿de acuerdo?

Harto de tanta insistencia, Jesús cogió los panes y los peces, y los multiplicó.

jueves, 18 de junio de 2009

Albada (VI)


Me despierto y a mi lado no está mi marido sino Juan, un antiguo compañero de colegio de quien estoy secreta y perdidamente enamorada desde niña. Se despierta con una sonrisa y me pregunta, como si nada, qué tal he dormido. Le respondo que bien, y me besa con ternura, satisfecho. Si al salir de la ducha todavía no se ha dado cuenta del cambio, no seré yo quien se lo haga saber.

miércoles, 17 de junio de 2009

Albada (V)


Aunque me he pasado toda la noche durmiendo a pata suelta me despierto agotado, con la sensación de no haber descansado nada durante el sueño. No entiendo cómo afuera todavía está oscuro ni por qué el reloj despertador de la mesita marca las veintitrés treinta, la hora en que, como hice ayer, suelo acostarme. Aún medio aturdido veo con asombro cómo la manecilla del segundero se mueve en sentido contrario, retrocediendo segundo a segundo, y me concedo unos minutos más de sueño, totalmente necesarios vista mi pésima percepción sensorial.
Me despierto al rato, ya más despejado, y miro de nuevo el reloj: las once y diez de la noche. He dormido veinte minutos, pero el tiempo ha corrido hacia atrás. Resignado, me levanto de la cama, me pego una ducha, me enfundo la ropa de trabajo, sudada y sucia de todo el día, y me preparo en un momento una cena ligerita y el bocadillo de la merienda. Debo darme prisa si no quiero llegar tarde: mi jornada laboral termina a las diez de la noche y sólo queda una hora.

lunes, 15 de junio de 2009

Albada (IV)


Me despierto por primera vez en muchos años antes que mi esposa y me encuentro al lado a una señora a quien no he visto en toda mi vida. De golpe abre los ojos, me mira, sonríe y -sin tiempo para reaccionar- me besa dulcemente mientras me desea los buenos días. Enrollado entre las sábanas, observo sus movimientos: se levanta de la cama, se coloca una faja y un sujetador con relleno, se arregla el pelo, se maquilla resaltando los pómulos y disimulando la papada, se aplica con esmero un antiojeras, se pinta los labios, unta su piel con una crema que la deja bronceada al instante, se coloca las uñas postizas, unas lentillas azules, se sube a unos tacones y, pasados tres cuartos de hora, ya se ha convertido de nuevo en mi esposa.

sábado, 13 de junio de 2009

Albada (III)


Pese a dormir toda la noche de un tirón, o debido a ello, me cuesta levantarme de la cama. Me acerco al tocador arrastrando los pasos mientras me froto los ojos con fuerza para salir del sueño e ingresar de nuevo en la realidad. Cuando separo las manos de la cara, el espejo no devuelve mi imagen. Pero eso no me preocupa; lo que me horroriza es descubrir en un rincón del espejo el reflejo de mi cuerpo tendido sobre la cama, rígido e inmóvil, más pálido que de costumbre.

viernes, 12 de junio de 2009

Albada (II)


Abro los ojos y la encuentro tendida a mi lado, desnuda y sonriente, con una mano debajo de la almohada y la otra entre los muslos. En mis fantasías siempre la he imaginado de ese modo, acurrucada y tranquila, prisionera de sus sueños.
Me doy la vuelta con sigilo para no desvelarla y, acostada en el otro lado de la cama, topo con mi mujer, rígida y angustiada por las pesadillas, que se despierta con un humor de perros al mínimo ruido.

jueves, 11 de junio de 2009

Albada

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Oigo tu respiración entre las sábanas, hipnótica y relajada, e intuyo tu presencia a mi lado. Abro los ojos para descubrirte de nuevo, como cada mañana, y apoyado en la almohada, frente a mí, encuentro mi rostro desencajado, simétrico, mirándome fijamente con la misma expresión de espanto que debo tener yo ahora.

martes, 9 de junio de 2009

Empatías


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Después de una cita desastrosa la noche anterior, aquella mañana salí de casa con la moral por los suelos. Mi nivel de autoestima había tocado fondo, tanto que llegué a sentir pena por mí, pero también asco: aborrecía mis andares, mis gestos; detestaba la cicatriz que cruzaba mi mejilla y el estúpido remolino que formaban mis cabellos en el flequillo; rechazaba mi cuerpo un tanto deforme, desproporcionado, y los gruesos cristales que intentaban corregir mi miopía; me desagradaba mi aspecto. En dos palabras: me odiaba.
Ya en la calle me crucé con un tipo que salía del gimnasio y deseé ser él, meterme en su cuerpo, para saber qué se sentía. De golpe, me vi envuelto en músculos, encerrado en un organismo que no me pertenecía, y me asusté. Me encontraba totalmente sometido a su voluntad. Aunque lo intenté en un par de ocasiones, aquel cuerpo no me obedecía: me había convertido en un simple parásito sin capacidad de acción. Como me molestaba estar empapado en sudor, cuando me crucé con aquella chica, risueña y sonriente, anhelé entrar en su interior, y al instante noté la presión de las medias en las piernas y un dulce sabor de carmín en los labios. Desgraciadamente, tampoco podía imponer mi voluntad a aquel cuerpo. Se acercó un joven mal afeitado, supongo que su novio, con la intención de besarla. Me estremecí –yo, no la chica- y por suerte pude adentrarme a tiempo en un abuelo que salía de tomar un café en el bar. Me sentí agotado, achacoso, y a través de sus ojos gastados pude intuir una pareja besándose al final de la calle. A la velocidad del anciano no hubiera llegado muy lejos así que decidí introducirme en el cuerpo de la señora que, apoyada en el alféizar de su ventana, escrutaba la calle con disimulo. Y desde allí contemplé cómo mi cuerpo, desubicado y vacío, se alejaba calle abajo hasta desaparecer por la esquina.
Desde entonces salto de cuerpo en cuerpo buscando el mío; incluso puede que haya utilizado el tuyo, como trampolín, en mi búsqueda desesperada. No me lo tengas en cuenta. Daría lo que fuera por volver a lucir mi cicatriz en la mejilla o por volver a pelearme frente al espejo con aquel gracioso flequillo arremolinado, que tanta personalidad me daba.

lunes, 8 de junio de 2009

Efemérides

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Hoy se celebra el segundo centenario del fallecimiento del señor Charles Mann, célebre científico y médico estadounidense, reconocido mundialmente por ser el descubridor de la vacuna contra la muerte, proclamó con solemnidad el anciano orador ante un envejecido y decrépito público.

sábado, 6 de junio de 2009

¡Detente, Romeo!

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-¡Detente, Romeo! –grita una voz anónima, oculta bajo la oscuridad de su butaca en primera fila, mediado ya el quinto y último acto.
El pequeño de los Montesco, arrodillado ante la cripta de los Capuleto, se gira sorprendido hacia el patio de butacas -que arde en murmullos y miradas reprobatorias hacia el espontáneo- pero parece no ver a nadie en el graderío.
- No tomes el veneno del boticario todavía. Es todo un truco de Fray Lorenzo: Julieta no ha muerto, sólo está drogada, profundamente dormida. Aguarda unos instantes, créeme, y la verás levantarse de la tumba.
Romeo duda como Hamlet, pero acaba obedeciendo a una voz que no sabe de dónde ni de quién procede. Necesita aferrarse a cualquier posibilidad, por absurda que parezca. Mientras, en los palcos, se escuchan algunos insultos que tampoco oye. El joven enamorado va paseándose arriba y abajo por el escenario, entre las lápidas, haciendo tiempo, mientras intenta encontrar una explicación lógica a esa voz misteriosa.
De repente, Julieta abre los ojos, se incorpora levemente convulsionada con un par de espasmos, y ve a Romeo a su lado. Se abrazan, se besan como por primera vez y abandonan el escenario cogidos de la mano, felices, improvisando los detalles de su fuga de Verona, totalmente ajenos al alboroto que se ha creado en el patio de butacas.

jueves, 4 de junio de 2009

Tres minutos

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Hace ya dos semanas que no nos vemos. Sube todos los días, a las siete y media de la mañana, a este vagón y se sienta siempre en el mismo lugar, a mi lado, junto a la ventana. Cuando llega su parada y baja al andén, yo me quedo aquí, invisible de nuevo, deseando que llegue la mañana siguiente para volver a encontrarnos. Es un chico muy tímido. Le gusta, como a mí, ampararse cada día en un libro -siempre distinto- y perderse entre sus páginas durante el trayecto. Pero hace ya dos semanas que no aparece. Ustedes se reirán, pero sin él yo no soy nadie. Jamás me ha dirigido la palabra, pero su mirada delata que ese silencio se debe a la incómoda presencia de los demás viajeros, que si no hubiera nadie más en este vagón, aparte de él y yo, se atrevería a hablar conmigo. Debo reconocer que algo parecido me sucede a mí. La lectura lo mantiene atrapado durante la media hora que dura el trayecto. Sólo aparta sus ojos del libro durante los escasos tres minutos en los que el tren se adentra en el túnel y la ventana lateral se transforma en un espejo. En ese momento él se mira -¿me mira?- y es entonces, únicamente durante esos tres minutos, cuando me siento vivo. Hace ya dos semanas que no sube a este vagón. Yo no me canso de esperarle; mi existencia sin él carece de sentido. Es el único que parece advertir que yo también viajo en ese tren, que soy alguien. Me horroriza imaginar que no volverá a subir a este vagón, que jamás, durante los tres minutos en los que el cristal que nos separa se convierte en espejo, volverá a mirarme, a mí, a su propio reflejo.

lunes, 1 de junio de 2009

El lápiz mágico

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Tirado bajo el escritorio, encuentro un lápiz de madera, con la punta afilada. No es mío, de eso estoy seguro, pues yo siempre utilizo portaminas. Lo recojo extrañado del suelo y distraídamente esbozo una araña del tamaño de un botón en una hoja de papel. En un abrir y cerrar de ojos, la araña adquiere vida propia y empieza a pasearse por la superficie del folio. Asustado, la aplasto con el paquete de tabaco vacío y me olvido de ella. Al instante, un tanto nervioso, me entran ganas de fumar, por lo que dibujo un cigarrillo e incluso me permito el lujo de escribir sobre el filtro el nombre de una buena marca, bastante cara, que hace tiempo que no compro. Dibujo un encendedor, lo alcanzo, y prendo la punta del cigarrillo. Mientras lo saboreo, voy bosquejando unas monedas y éstas van surgiendo, brillantes y metálicas, de la hoja de papel. Me las guardo en el bolsillo, para el café de la tarde, y volteando el lápiz entre mis dedos pienso en cosas que quisiera tener. Tras considerarlo a fondo, me doy cuenta de que lo que verdaderamente necesito, lo que más deseo, no se puede dibujar, así que trazo una goma y, cuando ésta aparece, borro el inútil y peligroso lápiz antes de que caiga en peores manos.

Cat woman

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Tras robarme el corazón con sensuales contoneos felinos y unas pupilas ovaladas que me observaban con lascivia, anoche en la discoteca, la invité a subir a mi apartamento. Esta mañana, se ha despertado antes que yo y, con el mismo sigilo de gata, me ha robado el móvil, la cartera, el portátil y lo poco de autoestima que me quedaba.