Nota que el estómago se le encoge mientras paga el tan ansiado ejemplar. Al fin suyo. Ya en casa, acaricia la piel del lomo, deteniéndose en el tejuelo de oro despintado. Bordea las puntas gastadas de pergamino, con ternura, para no ensuciarlas. Abre el libro y aspira su humedad. Arranca una a una sus páginas y las engulle, masticándolas con paciencia, saboreándolas. Pese a todo, terminado el festín, no se siente saciado. Se quita las gafas. Primero se traga los cristales y después la montura. Frota sus ojos. Antes de cogerla, mira la cuchara. Por última vez.
Este microrrelato ha entrado en las deliberaciones finales
de la convocatoria de octubre
No ha pasado a la final, pero será incluido en la antología
que se publicará al final de la temporada.