En la cárcel
donde ansío liberarme de ti, el chorro cae sobre mi cabeza
como un castigo de oriente desde hace ya hora y media. Seguir
frotando con la esponja es inútil: solo sirve para enrojecer aún
más la piel. Las manchas arreboladas no desaparecen de mi cuerpo y
tu mirada extática de cíclope sigue acechándome desde el sumidero.
No todo se arregla con una ducha fría.
Este texto pertenece a una serie de pareidolias,
un fenómeno psicológico consistente en que
un estímulo vago y aleatorio
(habitualmente una imagen)
es percibido erróneamente como una forma reconocible.
4 comentarios:
Un texto intrigante y dudosamente higiénico, que tergiversa la natural liberación que debe provocar una ducha fría, dejando que sea la mirada indiscreta del recuerdo la que derrame su contenido sobre el personaje. Genial.
Hay cosas que no borra ni el guante de crin. Buena inspiración, Víctor. Touché.
Un abrazo
Magnífica labor de pule y recorta, de saca brillo y aparta las hojas muertas.
;-)
Casi me gusta más tu comentario que mi texto, Pedro. Te debo una visita a tu blog, que hace días que no me paso. Un abrazo y gracias por comentar.
Sí, Ana, ninguna ducha puede limpiar el (des)amor o la muerte, que al fin y al cabo, son dos caras de la misma moneda.
Más que agradecido, Yisus. Me gustan estos comentarios que sirven para mejorar. Abrazos, Miyagi.
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