jueves, 17 de diciembre de 2009

Superstición


El único modo de conseguir que tu número salga premiado el próximo martes consiste en hacerlo añicos, en romper el décimo en pedazos minutos antes del sorteo, le aseguró aquella anciana. Le tocó el Gordo. Y lo celebró arrojándose por encima un carísimo confeti multicolor.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Museos


Estoy harto de tanto museo, cansado de ver siempre lo mismo. Es un verdadero suplicio, un tostón insufrible. Yo no quiero venir, claro está, pero ellos al final siempre acaban obligándome y me llevan donde quieren. A mí, si te digo la verdad, me aburren, no me gustan, porque me parecen todos iguales. Visto uno, vistos todos. Te lo digo yo, que he estado sin remedio ni elección en cientos de ellos. Y en los mejores, no te creas: en el Louvre, en  el Metropolitan, en el Museo Británico, en el Guggenheim… He recorrido –obligado- miles de quilómetros, he cruzado océanos, y todos, absolutamente todos, me parecen idénticos, como si fueran siempre el mismo, repetido una y otra vez.  En cada museo revivo la misma escena, contemplo con resignación cómo los visitantes se acercan con expresión de asombro, o decepcionados, y me fotografían una y otra vez, a través de los gruesos cristales de la vitrina en la que estoy expuesto.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Cine de terror


A medida que la protagonista va subiendo las escaleras de la vieja mansión, a oscuras y en silencio, ella -medio engullida en la butaca de la fila siete- aprieta cada vez más fuerte la mano de su novio, que con cuatro arrumacos durante la cola para comprar las entradas ha conseguido convencerla para que vieran esa película. Como presiente el último sobresalto, ese previsible encontronazo con el supuesto psicópata asesino, cierra los párpados en un acto instintivo mientras sigue aferrándose con firmeza a la mano de su prometido, sintiéndose así más segura. Al instante se escucha en la sala, al unísono, un grito turbador. Y otro. Y otro. Y otro más. Cuando cesan los alaridos, abre los ojos y a su alrededor van surgiendo, poco a poco, los cuerpos desmembrados de los espectadores, las butacas ensangrentadas, las cabezas mutiladas. Incrustada en la butaca, con la vista fija en la gran pantalla –desde donde la protagonista, sentada en el último escalón de la escalinata, sonríe maliciosa- suelta asustada la mano de su novio, que cae a sus pies con un ruido sordo y se queda inerte con la palma hacia arriba.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Incomunicación


En una de sus muchas rondas nocturnas, el vigilante del museo se percata del cruce distante de miradas y sonrisas que mantienen -desde sus respectivos cuadros, uno frente al otro- el muchacho renacentista con túnica y la joven naïf recostada en el lecho. Una dilatación de la pupila casi imperceptible, un destello fugaz en la mirada, un rápido y leve parpadeo, un guiño pícaro, una minúscula contracción del labio. Pero no dice a nadie nada para que no lo tomen por loco.

A la mañana siguiente, antes de que se abran las puertas al público, la encargada de la limpieza imagina medio avergonzada tórridas escenas furtivas y fantasea con fogosos abrazos goteantes, mientras va fregando unas pequeñas manchas de pintura, todavía húmedas, que han aparecido en el suelo entre ambos cuadros. Tampoco lo comenta con nadie.