miércoles, 31 de marzo de 2010

La sangre o la vida


A ver, jovencita, permanece callada y no te pasará nada malo. No me gusta hacer esto, créeme, pero las cosas están muy mal últimamente, y ya no puede uno fiarse de nadie. Hace poco mordí a una niñata a la salida de la discoteca y me pasé dos días con taquicardias y alucinaciones. Maldita juventud. Poco después escogí por error a un anémico y estuve media semana tirado en la cama, sin ánimos para levantarme. Luego, en otro descuido, le tocó el turno a un diabético y me quedé medio mareado tras el mordisco en la yugular; además, creo que me está produciendo caries en un colmillo. Por no hablarte de los seropositivos, que no hay modo de reconocerlos a simple vista. Así que hazme caso: llena el saco con todas las bolsas que quepan y ni se te ocurra tocar el botón de alarma. Te aseguro que si me encuentro a la policía cuando salga del banco de sangre te la cargas

martes, 30 de marzo de 2010

Intercambio


Después de la larga y peligrosa travesía por el Egeo, amo y esclavo llegaron agotados a Delos, la pequeña isla entre las Cícladas donde se celebraba el mayor mercado de esclavos de todo el mediterráneo. Llevaban muchos años juntos, circunstancia que hacía difícil la separación, pero la edad no perdona y era necesario efectuar la compraventa cuanto antes, cambiarlo por otro más joven. Un cliente interesado en aquella mercancía humana inspeccionó primero los dientes, como si de un caballo se tratase. Luego buscó, en vano, alguna tara física en los músculos y en las articulaciones. Preguntó también por su conducta, para asegurarse de que no sería problemático. Al fin, tras un breve regateo en el precio que sólo consiguió rebajar unos pocos sestercios, cerraron el trato. Esa misma tarde, el esclavo emprendió el viaje de regreso a Roma, satisfecho por haber comprado un nuevo amo a precio de ganga.


Este microrrelato participó -sin éxito- en el Concurso de microrrelatos sobre la Roma Clásica organizado por Castillos en el aire.

viernes, 26 de marzo de 2010

Abogado paralelo

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Aunque mi abogado me lo repetía una y otra vez -no sufras, las pruebas no son concluyentes, el juicio se resolverá a tu favor- yo no acababa de quedar convencido. Su argumento principal para defender mi inocencia consistía en que la fotografía tomada por la cámara de seguridad del colegio no era demasiado nítida. Y me aseguraba que sólo con eso no podían sentenciarme por el secuestro de aquellas cinco niñas, todavía en paradero desconocido. Como desconfío de sus métodos racionales, he ido realizando mis particulares esfuerzos para conseguir que no me declaren culpable, convencido de la mayor efectividad de estos. Así que hoy, cuando he escuchado al juez decretar el sobreseimiento definitivo de la causa, por falta de pruebas, no lo he pensado ni un minuto: he despedido a mi abogado y he vuelto al zulo para ofrecer, agradecido, la quinta y última ofrenda de sangre virginal al diablo.
Este microrrelato ha sido seleccionado en el II Concurso de Microrrelatos sobre Abogados del mes de marzo, en el que se tenían que utilizar las palabras en cursiva.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Mala suerte


Escogió su destino a cara o cruz. Lanzó la moneda y salió la segunda opción. Resignado, cargó a la espalda los dos maderos cruzados y empezó a subir al Gólgota.

sábado, 20 de marzo de 2010

"Prefijos" en "A contrapalabra"



Microrrelato-Minificción-Microrrelatos

El microrrelato “Prefijos” ha sido incluido en el número 1 de “A contrapalabra”, la revista electrónica trimestral de creación literaria de la Escuela de Escritura Verbalina.

Podéis descargaros la revista aquí.

viernes, 19 de marzo de 2010

Apocalipsis

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Después de crear las tierras y las aguas, el sol y la luna, las plantas y los animales, el firmamento y la luz, las lluvias y los ríos, y ver que era bueno, se le ocurre crear al hombre y a la mujer. El séptimo día más que descansar, el tipo se quedó descansado.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El último tren


Mientras espero que llegue, sentado en un banco del andén, enciendo otro cigarro, el cuarto ya desde que estoy aquí. Inquieto, saco otra vez el reloj de bolsillo, evitando mirar la fotografía pegada en el reverso de la tapa. Apenas faltan un par de minutos para la hora prevista. Me ha costado decidirme, pero al final -tras darle vueltas y más vueltas al asunto- he tomado la decisión. Será lo mejor para todos: voy a emprender ese largo viaje. No llevo maletas porque supongo que no necesitaré nada de equipaje, aunque quién sabe. Con la vista clavada en las traviesas de madera y la mente en blanco, para no arrepentirme, voy dando caladas largas y profundas al cigarrillo. Estoy solo en la estación, así que todo será más fácil. Se escucha un silbido, débil, a lo lejos. Debe estar al caer, aunque con esta oscuridad no logro distinguir la locomotora. Me levanto, me acerco a las vías y espero. El tren se acerca chirriando y cuando está justo delante de mí, lanzo la colilla entre los raíles. Se abre la puerta y subo al vagón. Lo siento, pero no voy a tirarme a las vías sólo porque hayas estado sospechando ese final.

lunes, 15 de marzo de 2010

Renovación de vestuario


Como no encuentro mi talla, ni del pantalón ni de la camisa, en el montón de prendas dobladas en el estante, y además no hay ninguna dependienta que pueda atenderme, me acerco al maniquí y cojo las que lleva puestas, que sí son de mi talla, para probármelas en el vestidor. Salgo y mientras me miro en el espejo de fuera, más grande y mejor iluminado, mi cuerpo va volviéndose más rígido, mi piel más cerúlea. Casi inmóvil, observo cómo el maniquí se acerca al probador y al cabo de un par de minutos, sale vestido con mi ropa y se marcha de la tienda. Cuando la dependienta me coge y me coloca en el escaparate, es ya demasiado tarde para quejarse. Tendré que esperar un cliente con mis gustos y mi talla.

viernes, 12 de marzo de 2010

El líder no miente

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El líder de la secta, en la reunión del pasado viernes, reveló la profecía: el mundo se acabaría al cabo de una semana, es decir, hoy mismo. Horrorizados por el inminente apocalipsis, los miembros han seguido las recomendaciones del líder y, tras legar todos sus bienes a una cuenta corriente de las Islas Caimán, han llevado a cabo un suicidio colectivo. El líder, o sea, yo, no se equivoca: el mundo ha llegado a su fin. Al menos para ellos.

miércoles, 10 de marzo de 2010

La insuficiencia del género


Escuchó con atención “Continuidad en los parques” y tanto le gustó que, acomodándose en el lecho, pidió otro. Ella no esperaba esa reacción pero, sin poder ofrecer resistencia, le contó “La afrenta”, de Mateo Díez. Otro más, por favor, exigió él, insatisfecho e insomne. Entonces escogió las “Escenas de burdel”, de Olgoso, pero con ése tampoco tuvo suficiente y demandó más. Uno tras otro, le fue narrando “París de cuerpo entero”, de Guedea, “Necrofilia”, de Denevi, “Solipsismo”, de Brasca, “Despecho”, de Neuman, “Carrusel aéreo”, de Merino, “La tela de Penélope”, de Monterroso... sin lograr saciarlo. Después de algo más de un centenar de minificciones, ella se quedó en blanco, sin otro cuento que relatar. Lo siento mucho, dijo el sultán irritado, ya conoces las normas. Debiste escoger un género más extenso. Y se dio la vuelta sin desearle siquiera dulces sueños en la última noche en este mundo de Sherezade.


Este microrrelato participó -sin éxito- en el I Premio de Microrrelatos sobre Microrrelatistas

lunes, 8 de marzo de 2010

Agencia de mensajería


Aunque ya no recuerda el tiempo que lleva buscando aquella casa, se niega a aceptar que se ha perdido. Sin embargo, no puede desistir: el jefe lo despellejaría si regresa a la oficina sin haber realizado la entrega de ese pedido internacional. Continúa dando vueltas, sin rumbo, agotado por el enorme esfuerzo, aun sabiendo que jamás encontrará la dirección que hace ya tanto que busca. Al fin, ojea el fardo y sólo encuentra un montón de canas y arrugas, así que da media vuelta y resignado regresa a París. Quizás el jefe lo entienda.

viernes, 5 de marzo de 2010

Juegos lingüísticos

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Hubo un tiempo en que creí controlar el lenguaje. Ahora sé que todo fue una ilusión: es él quien me controla a mí.
En apariencia parece que soy yo el que lleva las riendas pero ya me he convencido de que no es así. Empiezo una frase con toda tranquilidad pero enseguida me obliga a colocar una adversativa y una copulativa. O una disyuntiva. Unas veces me insta a ser breve. Conciso. Frases cortas. Rápidas. Estilo telegráfico. No me gusta. A él tampoco. Aunque así se divierte. Otras veces me impone digresiones y paréntesis, como cuando intento explicar que me tiene dominado, como ahora, o como aquella vez en que intenté contárselo a mis amigos, cuando todavía los tenía, y obviamente empezaron a dudar de mi cordura. Todo para que pierda el hilo de lo que digo, para volverme loco.
Los miércoles y los sábados exígeme términos esdrújulos. Auténtico espectáculo ridículo, melódico. Conviértome en cómplice de su incómodo propósito; víctima de un ímpetu mágico obedezco órdenes estúpidas. Catálogos monótonos déjanme rígido, afónico. Por suerte, abúrrese rápido por pérdida de técnica lingüística.
Pero lo peor de todo es cuando le da por no dejarme puntuar y no me permite hacer pausas en mi discurso y parece que nunca llegaré al final de la frase porque no puedo poner ni una coma para coger aliento y mi cara empieza a enrojecer y el aire no llega a mi pulmones y me cuesta respirar pero no puedo detenerme sin terminar un oración que sé cuando empieza pero desconozco cuando termina ni si tendré tiempo a llegar al final sin caer al suelo víctima de espasmos por falta de oxígeno como ahora mismo me sucede y pedir ayuda es inútil porque nadie va a creerme y sólo me queda esperar su benevolencia y que al fin me deje poner este punto final.

lunes, 1 de marzo de 2010

Gestación


Durante semanas busqué una buena idea, pero nada se me ocurría. A punto ya de desistir, la colisión de varios pensamientos produjo un relámpago en mi cabeza y durante ese breve fogonazo vislumbré la historia. Ahí estaba, comprimida, esbozada, maleable. Me pasé días buscando el enfoque, el tono, el punto de vista. Redacté una primera versión, y me imprimí una copia. La diseccioné con tinta roja, llenándola de tachones y notas marginales, flechas que intercambiaban las posiciones de las frases, y subordinadas apretujadas añadidas entre líneas. Quedó irreconocible. Corregí el texto y sin leerlo, lo dejé reposar en el disco duro. Lo abrí una semana más tarde, y durante otras dos lo fui retocando a diario, pacientemente. Una coma aquí, este adverbio fuera, mejor otro sinónimo. Al fin, una madrugada lo di por terminado.
- ¿Un cuento, diez o doce líneas? ¿Sólo? ¡Menudo vago está hecho usted!- masculló el jurado.