sábado, 15 de agosto de 2009

Taxi


Aunque no me apremia el tiempo, pues todavía faltan dos horas para la cita, decido coger un taxi para que me lleve cómodamente al teatro. No tengo ninguna prisa, pero no quiero llegar agotado por el paseo; prefiero esperar allí tomando una copa. Enseguida aparece uno en la esquina, y con el mismo gesto con el que pido la cuenta en los bares, hago que se detenga. Entro por la parte trasera –no me gusta ir de copiloto en los coches-, intercambiamos un tímido saludo, y mientras me acomodo en el asiento escucho débilmente la voz del taxista:

- Avenida de Madrid, número doce, por favor.

- ¿Perdone?

- Avenida de Madrid, número doce, por favor –repite el taxista-.

Se gira, conecta el taxímetro y se incorpora con seguridad a la circulación, no sin antes recomendarme que me abroche el cinturón. En realidad no hace tanto que vivo en esta ciudad, y aunque todos aseguran que debo verla, jamás he estado en la Avenida de Madrid, por lo que no protesto y me dejo llevar. Mientras me observa como si nada por el retrovisor, me comenta lo difícil que está el oficio, las dificultades económicas por las que pasa el sector, la amenaza de la crisis, y termina, como todos, despellejando a políticos de uno y otro bando. Advierto, mirando distraídamente por la ventanilla, que el conductor no ha elegido la ruta más corta, pero tampoco muestro mi disconformidad: se ve que el tipo no está pasando por un buen momento y me compadezco de él. Al fin, detiene el taxi en doble fila, enciende los cuatro intermitentes, y parando el taxímetro masculla:

- Ya hemos llegado: Avenida de Madrid, número doce. A ver, serán catorce con quince...

-¿Cuánto dice?

- Catorce con quince –repite con claridad-. Un momento por favor.

Mientras busco en mi cartera el dinero, el taxista se vuelve y me alarga dos billetes, uno de diez y otro de cinco. Me dice que me quede con el cambio, y se despide de mí con un guiño y un hasta la próxima.

Ya en la acera, con los billetes todavía en la mano, contemplo la avenida de la que tanto me han hablado y me decepciona: hay poquísimos árboles y casi nadie, excepto algún coche, pasea por ella. Me guardo el dinero en el bolsillo trasero mientras pienso lo fácil que ha sido obtenerlo, y como todavía tengo tiempo se me ocurre volver a intentarlo, subir de nuevo a otro taxi y esperar a ver dónde me lleva y cuánto me pagará por ello. Aparece otro al momento y le hago un gesto para que pare. Una vez dentro, en silencio, espero ansioso las palabras del taxista, que me pregunta:

- Buenas tardes, ¿dónde le llevo?

- ¿Perdone?

- ¿Que dónde le llevo, por favor?

- Lo siento, no le había oído –miento-. Al teatro principal, por favor –contesto al final desilusionado-.

Me abrocho el cinturón y, para distraerme durante el trayecto, le pregunto cómo van las cosas en el mundo del taxi, si les afecta la crisis, y esas cosas, no sin antes indicarle que me lleve directo al teatro, sin hacer rodeos, porque –ahora sí- tengo un poco de prisa.

12 comentarios:

Víctor dijo...

Aprovecho el intermedio vacacional para colgar un texto que escribí hace ya algún tiempo. A finales de agosto, cuando se terminen definitivamente las vacaciones, prometo continuar publicándolos regularmente.

Hasta entonces, saludos lelos a tod@s!!!

Severi dijo...

hola victor..ya es tarde y me caigo de sueño.pero mañana desde la oficina voy a leerte tranquilo y comento...

Martín Gardella dijo...

Uy! Que extraño ese taxi. Propone una experiencia diferente, pero es un lujo exclusivo para los que tienen tiempo. No es mi caso, que vivo de prisa! Me encanto la idea! Muy bueno! Saludos

Deigar dijo...

Hola! realmente un escrito un tanto extraño pero diferente.

Saludos. Nos leemos

Deprisa dijo...

Sí que es un tanto extraño, surrealista diría yo, pero está bién. Me ha gustado ese taxista tan particular. Es un personaje que puede dar mucho de si...

Esteban Dublín dijo...

Espiral en carretera.

Severi dijo...

muy interesante la propuesta de dar vuelta los roles, quedó bizarro. Tiene ribetes místicos que me atrajeron. felicitaciones Victor!

saludos!

Miguel dijo...

relato por sorpresa a mediados de agosto.
Algo extraño y "quizas" retorcido o extraño pero... me ha gustado y sobre que existe muchas interpretaciones.


Un abrazo

Javier Ortiz dijo...

Una historia del absurdo, surrealista… me vino a la mente las historias del cine de David Lynch y de Luis Buñuel.

Muy bueno!!

el marido de la portera dijo...

Me encantó esta historia. Son magníficas las realidades que nos presentas en cada post.

Un saludo.

Víctor dijo...

Martín, a ver si me pongo al día en tu Living. Y no corras mucho, que la vida está llena de curvas.

Deigar, cuando pueda me paso por tu blog. Vigila en qué taxi te montas, por si las moscas.

Deprisa, si sacas algo nuevo del personaje, házmelo saber. Los taxis dan para mucho.

Esteban, lo tuyo sí que son espirales. Para mí, este cuento es una clara y peligrosa empatía.

Severi, me gustan los cuentos a los que puedes dar la vuelta, como los calcetines sucios o la ropa reversible. Es todo cuestión de empatía.

Miguel, terminadas las vacaciones, volvemos a la normalidad. ¿Multiplicidad de interpretaciones? Perfecto, me encantan los finales abiertos y polisémicos. Un abrazo.

Bienvenido, Javier. Si te gusta el absurdo, date una vuelta por estas realidades lelas, quizás encuentres algo más que te guste.

Me alegro que te gusten, Marido. Ahora que vuelvo a tener tiempo, me pongo al día de tus historias.

Víctor dijo...

Eso de cambiar la normalidad de las cosas, Jesús, puede dar buenos relatos en la minificción. Un saludo y gracias por el paseo y los comentarios.