Eva estaba convencida de que todo esto del fin del mundo no eran más que chorradas. Pobre ilusa. Ajeno a sus comentarios cada vez más hirientes, durante meses he ido acumulando alimentos precocinados y latas de conserva, llenando cisternas de agua y construyendo sistemas de depuración y ventilación, instalando generadores y revisando acumuladores eléctricos, sellando herméticamente puertas y ventanas, hasta dejar nuestra casa convertida en un búnker del que ya no me será necesario salir para nada. Hace un rato, harta de mí y de lo que ella llama mi maldita obsesión paranoide, Eva se ha marchado para siempre, con lo que no ha podido comprobar que yo tenía razón. Tras el portazo, el último que se oirá en mucho tiempo, el mundo se ha desmoronado a mi alrededor. La profecía se ha cumplido, pero no me importa: para eso me he estado preparando.
Este microrrelato participa en la propuesta
que Marina ha lanzado en su blog,
consistente en publicar un cuento
sobre el fin del mundo,
una hora antes del fin del mundo.