martes, 22 de septiembre de 2009

Pandemia


Las versiones son diversas: unos dicen que el primer caso tuvo lugar en un estadio de Madrid, durante un partido de fútbol; otros consideran, basándose en unos informes redactados a toda prisa, que debe situarse en un pueblecito de la costa mediterránea, durante la campaña electoral, justo antes de las elecciones; otros creen que la epidemia no se originó en un solo lugar sino en distintos puntos del planeta de un modo simultáneo. Aunque poco importa ya que localicen el foco inicial de contagio. Nada van a solucionar con eso. Es demasiado tarde.


Durante los primeros días se produjeron multitud de contagios. Los análisis médicos no aportaban ningún dato relevante, no lograban descubrir cómo se transmitía, ni qué la causaba, así que cundió el pánico entre la población. La gente se lanzó en masa a la calle en busca de mascarillas para taparse la boca e impedir la entrada de virus o bacterias, pero al poco la Organización Mundial de la Salud desaconsejó su uso, pues la extraña enfermedad, que provocaba una ligera sordera momentánea acompañada de unas convulsiones faciales, no se transmitía por contacto físico ni a través de las vías respiratorias sino por contacto visual. La población, alarmada e indefensa, se encerró en sus casas. Las ciudades quedaron vacías, sin vida. Los pocos atrevidos que paseaban por las calles lo hacían con la cabeza baja, sin apartar la mirada de sus pies. Pero aun así, en pocas semanas la pandemia -que ya afectaba a más de un tercio de la población mundial, principalmente en el llamado primer mundo- se extendió sin control, en progresión exponencial. Evitar el trato directo con la gente tampoco consiguió detener su implacable avance: cuando se dieron los primeros contagios a través de webcams y de pantallas televisivas, decidimos arrojar la toalla y darnos por vencidos.


Ahora estamos ya todos infectados, pero nos vamos acostumbrando. Tampoco resulta tan complicado llevar una vida normal. Incluso creo que podríamos llegar a olvidar esta pesadilla si no fuera porque de vez en cuando los repentinos achaques -único síntoma de la enfermedad- nos obligan a contraer los músculos de la cara y bostezar.

18 comentarios:

Anónimo dijo...

Todavía quedamos un grupito, pequeño, que no estamos infectados, pero nadie sabe dónde estamos ni quienes somos.
De vez en cuando, al caer la noche, salimos a suspirar a la luz de la luna y disfrutar mirando las estrellas.
Creo que hace algunas noches te ví mirando por la ventana...
Un abrazo.

Martín Gardella dijo...

Espero no haberme contagiado con la lectura de esta entrada! Una pandemia muy original! Felicitaciones!

Cloe dijo...

Las pandemias a las que nos vemos sometidos gracias a la globalización.

Abrazo

Anónimo dijo...

Tremenda sensación se transmite en tu cuento. Pensar que la realidad ha estado a un paso de lo que has narrado impecablemente; si la pandemia hubiese sido como vos la imaginaste, de seguro la locura colectiva hubiera cundido más rápido que la pandemia misma.
En este caso la ficción se asemeja tristemente a la realidad. Aunque tomándola solo como ficción, me ha gustado mucho. Nos convidaste con una historia atrapante y muy original.
Saludos con cariño!!!!

Gloria Estrada dijo...

Uff Victor! Qué bueno volver siempre por acá. Hace rato no venía debido a esa cosa que llamamos trabajo que a veces no deja vivir... esa pandemia, viéndolo bien.
Gracias por removernos y provocarnos.
Un abrazote!

sav dijo...

Muy buena, un saludo.

Belén dijo...

Calla, que de eso tengo yo!

:S

Mañana al médico

Besicos

Javier Ortiz dijo...

“La realidad supura la ficción”. Un eslogan idóneo para este texto; ahora que vivimos tiempos de psicosis con esto de las pandemias (principalmente por acá, en tierras Aztecas, ahora que hay un rebrote del virus A H1N1).

Buen, muy bueno.

Víctor dijo...

Yo estoy infectado, Anabel. Ahora incluso se transmite con la lectura de libros, sobre todo novelas malas y best-sellers. Cuidado con lo que leéis.

Buen comentario, Martín. Tu Living es también un lugar seguro. Un saludo.

La globalización del aburrimiento, Cloe.

Gracias, Lauri. Me alegra que te gustara, y que no te provocara un bostezo.

No te preocupes, Gloria, porque yo también me ausenté unos días. Regresa cuando quieras, por aquí estaremos.

Gracias, Sav. A ver si los próximos también te satisfacen.

Creo que si te tragas esa pastillita blanca con forma de corazón, Belén, te curas al instante. Ya me dirás.

Y lo peor, Javier, es que la herida sigue abierta, supurando poco a poco.

Anónimo dijo...

El bostezo: como tú acabas de decir, es inducido. Otro virus creado por las industrias farmacéuticas para forrarse. Los libros malos están cofinanciados por Sandoz y Bayer.

Anónimo dijo...

Pues tu blog, con posts como éste, es un buen antídoto para la pandemia. Y ese éxito es mejor que cualquier premio sesgado de la blogosfera.

Víctor dijo...

Muy bien encontrada esa relación entre best-sellers y farmacéuticas, Paseante. Tendremos que leer los futuros códigos da vinci con mascarilla.

Muchas gracias, Xarat. Me alegra que mis textos, como mínimo, no provoquen bostezos. Y lo de los premios sesgados ya ves cómo me lo tomo, que no me preocupa demasiado.

Clara dijo...

La locura colectiva está al orden del día... pero yo lo tengo claro... a mi nadie me contagia.

Un abrazo,

Víctor dijo...

Ándate con pies de plomo, Clara, por si las moscas.

Rafael Vázquez dijo...

Qué buena, Víctor.
Era el bostezo!
Flicitaciones

Víctor dijo...

Sí, Rafael, afortunadamente (?) era el bostezo. Un saludo.

bajoqueta dijo...

Genial!

Pos jo dec estar infectada! Hi ha dies que no puc parar de badallar jajajaja.

Víctor dijo...

Que no ho sàpiga massa gent, Mònica, o et deixaran en quarantena. Una abraçada.