Pese a que salía de su página muy pocas veces porque siempre se sentía fatigada, aquella noche, la palabra débil, harta de debates y deberes, decidió dar un paseo por el diccionario. Arrastrando sus letras, recorrió una a una las hojas del grueso volumen, y conoció nuevas palabras. Congenió rápidamente con algunas de ellas, la timidez, el inseguro y el frágil, pero en cambio la fuerza, el vigor y la robustez le causaron un extraño malestar, una desagradable sensación de inferioridad, por lo que enseguida regresó a su página cabizbaja, triste, con el acento medio caído.
A la noche siguiente (las palabras viven por las noches, mientras los dueños de los diccionarios duermen en sus camas creyendo que lo fantástico ocurre sólo en sus sueños) decidió cambiar su situación y se apuntó al gimnasio más cercano, a sólo unas letras de distancia. Durante meses, noche tras noche, sin excepción, estuvo ejercitándose en las máquinas, musculando sus letras con flexiones, pesas y abdominales. Regresaba a su página al amanecer, exhausta, rendida, mirando por encima del hombro cada vez más robusto a aquellos con los que congenió en su primera salida, burlándose de ellos, desdeñándolos, pero siempre dormía feliz, con la sonrisa en los labios del que cada día se siente más fuerte.
Una mañana, tras la última sesión en el gimnasio, dejó de sentirse insignificante, así que se acercó a un espejo para constatar su transformación y con sorpresa observó que ya no era la palabra débil de siempre, sino que tanto ejercicio lo había convertido en un DÉBIL. En mayúsculas.
1 comentario:
Quin desengany!! jajaja... Molt bo!!
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