miércoles, 29 de julio de 2009

Bazar de recuerdos


Una madrugada borrosa, hace un par se semanas, escuché en un bar a dos tipos que hablaban sobre algo llamado el Bazar de Recuerdos, un lugar en el que, decían, se compraban y vendían recuerdos. Jamás había oído hablar de ello, por lo que a la mañana siguiente, sin duda mordido por la curiosidad, lo primero que hice al levantarme fue, tras tomarme mi dosis de ácido acetilsalicílico para la resaca, informarme debidamente sobre el tema. Se trataba de un negocio extraño, pues mezclaba lo monetario con algo tan inmaterial y puro como los recuerdos. La idea me pareció atractiva, así que un día me acerqué a la franquicia que acababan de abrir en mi ciudad y leí todos los folletos, trípticos, carteles y demás que encontré a mi paso. Entonces, totalmente convencido, me acerqué al mostrador y vendí el recuerdo de una de las mejores épocas de mi vida: el de mi primer amor. Al principio me resistí a desprenderme de él, pero la cifra sin duda resultaba demasiado atractiva. Y mi situación económica no me permitía sentimentalismos. Guardé los billetes en la cartera y al instante olvidé el nombre de una chica, y todos los momentos –a decir verdad, solamente los buenos- que vivimos juntos. Me pareció una forma demasiado fácil de conseguir dinero, y no desaproveché la oportunidad. Cambié por una buena suma el recuerdo de aquel fin de semana apoteósico con los amigos en la cabaña del monte, el del viaje a Centroamérica con la sola compañía de un cuaderno de notas y una cámara fotográfica, el de la noche apasionada con aquella chica en la playa. Y tantos otros. El empleado me entregó el dinero en billetes grandes mientras todas esas imágenes iban desvaneciéndose en mi cabeza y me preguntó, con una sonrisa ensayada, si deseba desprenderme, pagando un precio razonable, de algún mal recuerdo. Total, me dije, por cuatro chavos puedo arrancar esas malas experiencias que llevo clavadas en la memoria desde hace años y que tanto me atormentan, y sin pensarlo más, empezamos a negociar cuánto me costaría olvidar mi primer fracaso amoroso, la primera traición de un amigo, y el mes que pasé con depresión, solo, encerrado en casa. El precio resultó asequible, y más después de haberle vendido ya los buenos recuerdos, así que enseguida cerramos el trato. A medida que le devolvía parte del dinero que me había entregado antes, aquellas imágenes traumáticas iban evaporándose de mi consciencia dejándome un vacío agradable, una amnesia placentera. Todo era tan sencillo que empecé a aficionarme a negociar con mis recuerdos: vendía con cierta amargura los buenos momentos vividos y, con el dinero que sacaba, me despojaba de los malos. Para compensar. Durante dos semanas me dediqué exclusivamente a esta compraventa hasta que ayer, buscando en mi memoria algo agradable que empeñar, me entraron náuseas y mareos, y me acerqué un poco asustado al consultorio médico. Tras un exhaustivo chequeo e infinidad de preguntas, muchas de las cuales quedaron sin respuesta, el doctor me diagnosticó Alzheimer incipiente, aunque me dijo que no me traumatizara, pues todavía no se había desarrollado demasiado la enfermedad. Evidentemente no me preocupa lo más mínimo: esta misma tarde me acerco al bazar y me deshago, cueste lo que cueste, del recuerdo de la visita al médico de ayer.


13 comentarios:

ainm dijo...

La verdad, creo que más de uno hemos experimentado alguna vez ese deseo de desprendernos de esos malos recuerdos. Pero leyéndote me he puesto a pensar que si me deshago de esos malos recuerdos perdería una parte de mí y me convertiría en una persona sin cicatrices que no quiero ser nunca. No sé por qué me dio por pensar eso ahora.

Un saludo, y excelentes tus escritos. Me vuelvo adicta, digo... lela, a ellos.

dijo...

Tinc els meus dubtes que puguem ser alguna cosa consistent esborrant-nos la capacitat de superació i de sentir nostàlgia, venent-nos els records per diners, per inconsciència o per superficialitat. Tristament, molts ja busquen la botiga en diferents formes d'evasió (i no citaré el futbol... ;)

Molt bo, Víctor, gràcies per l'estona.

adriana rey dijo...

Es la primera vez que vengo por aquí, qué buen relato! me encantó! Me hizo pensar en que las compensaciones salen caras... mas caras que soportar los malor recuerdos que llevamos. Saludos!

una más... dijo...

Es triste vivir una vida queriendo olvidar cuando otros, subsisten a su vida olvidada, unos dirian que nunca llueve a gusto de todos, y los otros seguramente si pudieran venderían lo que tuvieran por recuperar su memoria..
Los malos momentos, las malas vivencias, lo que queremos extirpar como un tumor no vive solo en la memoria, tampoco lo bueno, ni el primer amor, ni noches extasiantes.. quedan más adentro en un recodo interior es sentimiento y eso no habita sólo en la razón..aun así.. si existiera esa tienda yo también pagaría por cerrar habitaciones de mi corazón..esfuerzo que quizás los años me ahorrarian..quien sabe?
Es un placer leerte.
Besos.

Kutxi dijo...

Un texto extraordinario. Me recordó, en cierto modo, a Dolina.

Coincido con la firma que me antecede, en eso de que es un placer leerte.

Un abrazo grande.

Kutxi.

Deigar dijo...

Un escrito maravilloso...wow! esa compraventa si que estuvo emocionante.
Primera vez que te leo, pero te sigo y te agrego a mis links.

Saludos!

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Ufff. Los temas que tratas en tus cuentos me agradan, dan casi en el blanco de mi gusto literario.

Y este hace parte de esos. Me gustó mucho.

Un abrazo.

Gloria Estrada dijo...

glup Me dio vértigo,

sentí la adicción del personaje... adictivo el bazar, la razón social del bazar... eso es, adictivo, como tus escritos, el efecto que producen. A lo bien.
Ve, se me ocurre que sería también un buen título para este escrito: Adicto. ¿Qué creés? jjj disculpa el atrevimiento.

un saludo.

LA ZARZAMORA dijo...

Pasé por el bazar y ya ni me acuerdo de cuánto me costó.
Tengo que volver. ¿Dónde estaba?
Deja la dirección...

Besos.

Buen cuento.

Campanula dijo...

La verdad me enganchaste desde el comienzo, pero creo q no venderia mis buenos recuerdos ni por todo el oro del mundo, algunos malos quizas, pero creo q incluso lo dudaria.
un abrazo, como siempre genial

Miguel dijo...

Me ha encantado. ¿Cuanto no daría yo por desprenderme de algún recuerdo? Dame la dirección, por favor, de la tienda.

Esto te vale como germen para una novela. ¿Te lo has planteado?

Un abrazooooooooooo


Miguel

Víctor dijo...

Así es, Lunhe. Desprenderse de los recuerdos no es aconsejable: si no tenemos lo malo para comparar, no podremos apreciar lo bueno.

Els teus dubtes, Lo, són més que raonables. Però ja poden buscar, ja, que no la trobaran pas aquesta botiga. Gràcies a tu, per (re)llegir-lo. I bon viatge!!!

Bienvenida, Adriana. Está claro que vender recuerdos, buenos o malos, no compensa.

Mejor que no podamos borrar los recuerdos, Una más, porque con lo tontos que somos los humanos, tropezaríamos una y otra vez en la misma piedra. El placer es mío, te lo aseguro.

Me alegra que te gustara, Kutxi. Por cierto... ¿Dolina? ¿Quién o qué es Dolina?

Bienvenido tú también, Deigar. Nos vemos en la realidad para lelos.

Afinaré la puntería hasta dar en el blanco, Alejandro. Gracias.

Si empiezas a sentir adicción, Gloria, desengánchate un tiempo. No quiero sentirme culpable. Sobre el título... la verdad es que el que le puse (Bazar de recuerdos) no me gusta demasiado, pero hace ya tanto que lo escribí que me da como pena cambiárselo. De todos modos, gracias por la propuesta.

Eva: ¿bazar? ¿qué bazar? ¿dónde estaba el qué?

Si no te vendes los buenos, Campanula, no te vendas tampoco los malos, o tendrás un pasado tan agradable como falso.

Lo siento, Miguel, pero olvidé la dirección de la tienda. O quizás vendí también ese recuerdo... Si sacas una novela de esto, te cedo la idea. Por un mísero 10 % de los beneficios, claro está ;)

Saludos a tod@s!!!

Martín Gardella dijo...

Muy bueno Victor! Bien llevado y buen final! Que daría yo por vender alguno de los míos! Un abrazo