Suena el despertador. Abro los ojos e inesperadamente, no veo nada. Digo inesperadamente porque yo no soy ciego. O, por lo menos, no lo era hasta hoy.
Con un movimiento rutinario bien aprendido –que hago todos los días sin levantar siquiera los párpados- desconecto el despertador y me levanto de la cama. Me visto con alguna dificultad. De hecho, todavía ahora ignoro que llevo puesto encima. Una camisa, sí, pero ¿cuál? ¿La de rayas azules? ¿La de cuadros amarillos y verdes? De todos modos, poco importa. Es evidente que no voy a salir en todo el día de casa. No me atrevo. A duras penas puedo moverme sin tropezar con los miles de obstáculos que han aparecido por arte de magia en los escasos sesenta metros cuadrados de mi piso.
Una vez en la cocina, tras la aventura de cruzar el pasillo a tientas, asumo que no voy a poder prepararme el café de todos los días, y me conformo con un trago de leche fría, directamente del cartón, acompañado de unas galletas. No necesito más: he perdido la visión, pero también el apetito.
Busco algo para matar el tiempo, y empiezo a descartar las opciones habituales. No puedo poner la televisión. Nada me molesta más que escuchar la voz de alguien y no poder ver su cara ni sus gestos. Supongo que por eso tampoco tengo radio. No puedo leer. Mi biblioteca se ha convertido de repente en un montón de papel inútil, si no lo era ya antes. No puedo llamar por teléfono a nadie para contarle lo que me ocurre porque no veo los nombres en la agenda. Además, no recuerdo dónde dejé el móvil ayer. Y aunque hace doce años que vivo en el mismo piso, ahora no consigo moverme con soltura en él. No puedo hacer nada.
Me acerco al ordenador encendido, siempre a punto, escribo estas líneas (por suerte estudié de joven mecanografía, y como puede comprobarse, con grandes resultados) y me vuelvo a la cama para intentar dormir.
A ver qué ocurre cuando despierte.
4 comentarios:
Uhau!!! Que bueno, Victor!!!
Pobre tipo, "a ver qué ocurre cuando despierte", y cuando refriega sus ojos, descubre que no escucha, pero ¡vuelve a ver!
Aplaudo la idea, y me parece buenísima la descripción de situación que hacés en ambos cuentos.
Es pasmosa la calma con la que el protagonista asume sus cambios, dejando la intriga de por qué le ocurren.
¡Que siga la serie! ¡Beso!
Hay cosas, Lauri, que mejor no preguntarse por qué ocurren; es más sensato tomárselas con calma y esperar a ver qué sucede. Aunque otras no... Bueno, la serie continuará.
Me gusta este mundo paralelo. Donde las cosas pueden ser y no son... o son y no pueden ser.
Pues ya somos dos (por lo menos) que nos gusta este mundo. Como decía no recuerdo quién: "existen otros mundos, pero están en éste".
Un abrazo.
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