Manteniendo a duras penas el equilibrio sobre la inestable barca azotada por las olas, todavía aturdidos por la multiplicación de los panes y los peces que acababan de presenciar, los discípulos vieron cómo alguien se acercaba hacia ellos, caminando con decisión sobre las aguas del lago. Se asustaron, pues creyeron que se trataba de un fantasma, pero enseguida el Maestro los calmó diciendo: Soy yo, no temáis. Y viendo que respiraban aliviados, se dispuso a subir a la pequeña embarcación.
Lo milagroso de la historia –aunque esto ya no lo cuentan las escrituras para no desvirtuar al protagonista- fue que los discípulos pudieran rescatar a tiempo al Maestro mientras, salpicando astillas, se hundía entre las tablas de madera de la cubierta.
1 comentario:
genial!
Publicar un comentario