jueves, 4 de junio de 2009

Tres minutos

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Hace ya dos semanas que no nos vemos. Sube todos los días, a las siete y media de la mañana, a este vagón y se sienta siempre en el mismo lugar, a mi lado, junto a la ventana. Cuando llega su parada y baja al andén, yo me quedo aquí, invisible de nuevo, deseando que llegue la mañana siguiente para volver a encontrarnos. Es un chico muy tímido. Le gusta, como a mí, ampararse cada día en un libro -siempre distinto- y perderse entre sus páginas durante el trayecto. Pero hace ya dos semanas que no aparece. Ustedes se reirán, pero sin él yo no soy nadie. Jamás me ha dirigido la palabra, pero su mirada delata que ese silencio se debe a la incómoda presencia de los demás viajeros, que si no hubiera nadie más en este vagón, aparte de él y yo, se atrevería a hablar conmigo. Debo reconocer que algo parecido me sucede a mí. La lectura lo mantiene atrapado durante la media hora que dura el trayecto. Sólo aparta sus ojos del libro durante los escasos tres minutos en los que el tren se adentra en el túnel y la ventana lateral se transforma en un espejo. En ese momento él se mira -¿me mira?- y es entonces, únicamente durante esos tres minutos, cuando me siento vivo. Hace ya dos semanas que no sube a este vagón. Yo no me canso de esperarle; mi existencia sin él carece de sentido. Es el único que parece advertir que yo también viajo en ese tren, que soy alguien. Me horroriza imaginar que no volverá a subir a este vagón, que jamás, durante los tres minutos en los que el cristal que nos separa se convierte en espejo, volverá a mirarme, a mí, a su propio reflejo.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Una visión muy exacta del aislamiento personal en nuestra sociedad. Y muy bien escrito. Saludos.

Claudia Sánchez dijo...

Los espejos... esa fuente de inspiración inagotable!
Me gustó mucho Víctor!

Martín Gardella dijo...

El reflejo de uno mismo a veces se rebela y adquiere vida propia. Es increible cuando lo logra! Me gustó este relato. Felicitaciones Victor! Un abrazo

Anónimo dijo...

Yo soy el reflejo de mi mismo, dice la bruja de Blancanieves..
Vengo de la bitàcora de Al, y te enlacé pues me hicieron reir siempre tus comentarios. Lo hice sin tu permiso, y me colé. Disculpas, pero volveré porque me gustô lo que encontré en tu blogg.
Un abrazo.

Habitaciones rojas, pensamientos negros dijo...

Me gustó mucho tú relato, muy bien escrito. La soledad en compañía de nuestro porpio reflejo...

Besos rojos,
HR.

Víctor dijo...

Xarat, no hay peor aislamiento que la soledad en compañía. Saluda a Mahatma de mi parte, y suerte con Las Sordas.

Claudia, es verdad, los espejos son un filón inagotable. Un saludo cortito.

Por eso mismo Drácula sonríe cuando no se refleja en el espejo, Martín. Un saludo.

Eva, gracias por tu visita y me alegro de que te gustara. Puedes volver cuando lo desees, no necesitas pedir permiso, tienes las puertas abiertas. Saludos lelos!

HR, a veces nuestro reflejo, o sea nosotros mismos, somos nuestra mejor compañía. Saludos rojos!

Miguel dijo...

¿cuantas veces nos dejamos cosas en el camino por no ser un poco más... lanzado?

Yo le hubiese dicho un timido..."hola"

Oriana P. S. dijo...

Qué buen relato, Víctor.
Cuántas cosas pasan desapercibidas ante nuestros descuidados ojos. A veces no recordamos que nosotros también somos pasajeros.

Saludos. :)

Víctor dijo...

Demasiadas, Miguel. Perdona el retraso en contestar (...uff, del 24 de junio...). Un saludo tardón.

Gracias, Oriana. Por el halago, pero sobre todo, por dejarlo en una entrada de junio, por rebuscar en el blog, por tomarte esa molestia. Un abrazo.